sábado, 27 de junio de 2015

¿Cuáles son los efectos psicológicos de abusar del celular?
La respuesta aquí es individual. Podemos estar desatendiendo a nuestra pareja, a nuestros hijos, nuestro trabajo, o bien utilizándolo como una forma de distanciarnos de problemas y preocupaciones actuales. Del mismo modo, podemos estar atendiendo (o sobre atendiendo según sea el caso) un sinnúmero de cosas distintas. Sin embargo, hay algo común. Estas interacciones, al ser constantes a lo largo del tiempo, potencian y desarrollan distintas habilidades comunicacionales en nosotros, lo que va modificando nuestra forma de relacionarnos más allá de los aparatos tecnológicos: influyen en nuestra psique y en nuestro entorno.
Es así como nos encontramos frente a una revolución en la forma que teníamos de comunicarnos, y como tal, debemos aprender a reconocer y manejar estas nuevas características de modo de sacarles el mejor provecho posible.
1.    Autonomía / Encierro: un primer efecto práctico dice relación con la sensación de mayor autonomía. Puedes comunicarte con alguien desde cualquier lugar y en cualquier momento, lo que da la impresión de poder moverse con mayor libertad. Esto se acentúa en quienes poseen sistema de localización satelital. Su contraparte es el estar también, siempre disponible y ubicable por otros, lo que puede generar cierta sensación de ahogo o dependencia en algunos usuarios.

2.    Seguridad / Inseguridad: al estar siempre conectados los usuarios consideran que tienen mayores posibilidades de solicitar ayuda en caso de necesitarlo, lo que da la sensación subjetiva de estar más acompañados, y por ende, seguros. Por el contrario, puede aumentar la sensación de inseguridad al usar en la vía pública un teléfono de por si caro, por temor al robo; o también sentirse muy expuestos por los contenidos que están disponibles en la red.

3.    Sociable / Excluido: surge también la necesidad de formar parte de distintas instancias que agrupan y definen las preferencias de este tipo de usuarios. Nacen aquí las membrecías a redes sociales móviles y la necesidad de estar así continuamente actualizando esta información para mantenerse en contacto con las redes. También la socialización en red puede alejarlos de las conversaciones cara a cara, o el contacto humano. En caso de no poder  acceder a ciertos grupos sociales, algunos, especialmente los más jóvenes, pueden sentirse excluidos del grupo de pares.

4.    Colaboración / Apatía: la pertenencia activa en distintas redes sociales impulsa también la participación y colaboración constante hacia el resto de los usuarios, ya sea con datos prácticos, información o ayuda ante un requerimiento. Esto se contrapone con ciertos grupos más bien apáticos u hostiles amparados en la distancia o el anonimato.

5.    Privado / Público: se genera una nueva noción acerca de qué es privado y qué es público, compartiendo, por ejemplo, la ubicación exacta en que se encuentra en determinado momento, pero teniendo la opción de delimitar a quienes pueden ver esta información, trazando así un nuevo límite personal en esta línea.

6.    Curiosidad / Indiferencia: se propicia la búsqueda de información en el momento en que se requiere (Google por ejemplo), lo que potencia el interés y la curiosidad por aprender de manera fácil y didáctica. Por otro lado, al tener la información tan cerca, se puede ir perdiendo el interés por pensar las cosas por sí mismo, y ante la menor dificultad se optase por buscarlo en la web versus el pensar una respuesta.

7.    Compañía / Soledad: además de la sensación de ser parte de un grupo, está la de sentirse acompañado por éste. Se crea así también la necesidad de estar continuamente conectados con el resto del mundo. En caso de no poder hacerlo, ya sea extravío del teléfono, batería agotada o olvido en casa, surge una sensación de soledad que incomoda profundamente, mostrando la carencia de la capacidad de acompañarse a sí mismo.

8.    Estas son sólo algunas de las características que se están desarrollando en las nuevas generaciones que atienden constantemente sus teléfonos móviles. Ya sea el polo positivo o negativo de éste, la tecnología está influyendo en quiénes somos socialmente. El desafío, ahora, es aprovechar estas características para que efectivamente, la comunicación sea mejor.

El uso excesivo del celular podría cambiar su cerebro
El celular se ha convertido en un elemento tan cotidiano como la ropa que vestimos. Sin embargo, con su uso generalizado vienen dudas sobre el impacto que esta tecnología puede tener en la salud humana.

Hay estudios que sugieren que el uso excesivo del celular puede llegar a modificar el cerebro humano y, en algunos casos, llegar a dañarlo con un efecto similar al de algunas drogas. Aun más, los dispositivos móviles –incluidas las tabletas– pueden generar padecimientos físicos entre los que se encuentran el síndrome del túnel carpiano y el ojo seco, así como trastornos psicológicos como el cibermareo, el síndrome de la vibración fantasma, fobias y adicciones.
Un estudio de la Universidad de McMaster en Hamilton (Canadá) concluyó que, en casos extremos, la pérdida del celular puede ocasionar una fuerte sensación de angustia, miedo y estrés relacionado, principalmente, con no poder acceder a los datos personales en el aparato.
Al respecto, la psicóloga Ana María Cardona Jaramillo, directora de programas de la especialización en Psicología Educativa de la Universidad de la Sabana, dijo: “Claramente existe la posibilidad de generar una adicción al uso de esta tecnología, especialmente frente al hecho de estar siempre conectados”.
Uno de los efectos psicológicos más comunes es el trastorno de adicción a internet, más conocido como IAD. Este genera anormalidades en la integridad de la materia blanca en las regiones cerebrales que involucran la creatividad y el procesamiento de emociones, atención, toma de decisiones y control cognitivo. En función de constatar los efectos del trastorno de adicción a internet, un informe de la operadora británica Sky Broadband reveló que un 51 por ciento de 2.000 usuarios encuestados afirmó sufrir ansiedad, enfado y/o tristeza al no poder revisar sus correos o entrar a sus redes sociales debido a problemas técnicos.
Según el mismo estudio, la mayoría de las personas se conecta más de 6 horas al día. El 32 por ciento de los encuestados siente la necesidad de comprobar sus correos más de 6 veces al día (sin contar las horas de trabajo), un 5 por ciento lo hacía unas 20 veces y más del 14 por ciento de los encuestados declaró la necesidad de acceder y consultar las novedades de los diferentes servicios sociales por lo menos 6 veces al día. Quitarles el acceso al móvil, la tableta o a internet produjo síntomas psicológicos negativos en tan solo 24 horas. Entre ellos, dice el estudio, se cuentan “la sensación de adicción, depresión y ansiedad, sensación de que han perdido una parte importante de sí mismos, sentimientos de soledad, angustia y aislamiento y, por último, imposibilidad de encontrar recursos alternativos para pasar el tiempo y entretenerse”.
Los jóvenes son los más expuestos a estos posibles efectos adversos. Como su cerebro puede adaptarse al cambio constante, expuestos como están desde temprana edad a la tecnología moderna, no logran discernir las consecuencias de sus actividades diarias y permanentes con el terminal.
Según Cardona, entre las soluciones prácticas a este problema, sobre todo cuando se trata de niños y adolescentes, se encuentra declarar como ‘libres de celulares’ momentos y espacios definidos. “Hay que establecer límites claros, como que en espacios de familia –como cenas o similares– no se usa el celular. Especialmente de noche es importante restringir el uso de estos aparatos, pues pueden interrumpir el sueño”.

Lesiones/trastornos causadas por el uso de celulares
Un dolor persistente en la nuca, en la espalda o en el dedo pulgar puede tener una causa mucho más simple de lo que la persona cree: es posible que pase demasiadas horas escribiendo mensajes en su celular o pendiente de la pantalla del “famoso” Blackberry.
En Estados Unidos los médicos han alertado que las lesiones causadas por el uso de celulares y otros aparatos electrónicos están aumentando con rapidez, principalmente porque los sostenemos durante un tiempo prolongado y los utilizamos de una manera incorrecta.
Estas alteraciones suelen estar condicionadas por las posturas de la persona y la adopción de posiciones para adecuarse a los equipos, los movimientos repetitivos de algunas estructuras y la sobrecarga que se genera en alguno o algunos de los segmentos corporales. Entre las más frecuentes están los siguientes:
Trastornos visuales y auditivos:                                                                              
Ø  Tensión ocular: Mirar fijamente una pantalla, ya sea de un celular o un monitor, causa tensión ocular y resequedad en los ojos; de prolongarse estas condiciones, pueden generarse, también, daños permanentes.
Ø  Mal del iPod (sordera): No es causado por el iPod exclusivamente, sino por el excesivo volumen al que son utilizados los reproductores MP3 que poseen los celulares. Siempre que se usen auriculares de botón debe moderarse el volumen (la idea es que permita oír también los ruidos de la calle)
Ø  Postura cifótica al escribir un mensaje de texto y mala postura corporal al hablar por teléfono: El uso excesivo del aparato combinado con una mala posición al sentarse, puede causar desbalances y/o retracciones musculares, con alteraciones articulares. Al comienzo se manifiestan con dolor, que luego puede acompañarse de alteraciones en la columna vertebral y otras estructuras. Síndrome del túnel carpiano: Las actividades manuales fijas y repetidas durante largos períodos predisponen a las personas a padecerlo. El túnel del carpo es un espacio tan reducido, que cuando algunos de los tejidos de esta zona se inflaman o los tendones se engrosan a causa de irritaciones, aumenta la presión interna. El resultado: el nervio mediano queda atrapado contra la pared del túnel. Es muy doloroso.
Ø  Vibración fantasma: Propio de personas que mantienen su celular en el modo vibrar para evitar el molesto timbre. Aquellos que perciben dicha sensación, sin que esta se produzca en realidad, están afectadas por este síndrome. Esto ocurre por alteraciones de la sensibilidad.
Ø  Síndrome de Dequervain: La repetición del movimiento del pulgar puede provocar dolores por la inflamación de los tendones musculares en la parte distal de antebrazo.
Ø  Insomnio adolescente: Muchos jóvenes duermen con los celulares bajo de la almohada y contestan llamadas y mensajes a la hora que sea. Esto provoca interrupciones del sueño, que les impiden tener un descanso adecuado.
Ø  'CrackBerry': El término se usa para describir la adicción al BlackBerry e incluso a dispositivos similares. Los afectados no pueden evitar revisar constantemente la cuenta de correo.
Ø  Dependencia exclusiva: Una sensación común de los usuarios de la telefonía móvil, es que cuando olvidan el celular, o por cualquier otra circunstancia no lo llevan consigo, se sienten incomunicados, e inclusive "desnudos", causando gran expectativa y ansiedad, y hasta conflictos emocionales por no saber quién los llama o envía mensajes.
¿Rizartrosis del pulgar en el futuro? Los expertos creen que las lesiones en general, podrían ser aun más frecuentes en el futuro, cuando una nueva generación de adictos al celular y a otros aparatos electrónicos alcance la edad adulta. Creemos nosotros, desde este blog, que una de esas lesiones, será la rizartrosis del pulgar, que seguramente aportará mucho trabajo al ámbito kinésico debido a que por estos tiempos muchos adolescentes y adultos jóvenes pasan varias horas al día tecleando mensajes en sus celulares.
Cáncer y radiofrecuencia: La radiación de frecuencias bajas se consideraba inofensiva, sin embargo, cada vez más estudios científicos demuestran que puede producir cambios eléctricos en la membrana de todas las células del cuerpo, alterando los flujos celulares de algunos iones, sobre todo el calcio, lo que podría tener efectos biológicos importantes y originar disfunciones como: insomnio, trastornos de atención y memoria, hipertensión, variaciones en ritmo cardiaco y aparatos que lo regulan (marcapasos), ojo seco y visión borrosa, alteraciones neurológicas y del aparato reproductor, entre otras.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) insistió en que no existe la suficiente información para determinar que los teléfonos móviles o las antenas de telefonía móvil tengan consecuencias adversas para la salud. "Ninguna investigación reciente ha demostrado que la exposición a los campos de radiofrecuencia de los teléfonos móviles o a sus estaciones base, cause algún efecto adverso a la salud", señala un comunicado de la OMS que pretende desmentir algunas informaciones aparecidas en los medios de comunicación en los últimos tiempos.

viernes, 26 de junio de 2015

Me Suicidé Sin Darme Cuenta - ARTICULO

Me Suicidé Sin Darme Cuenta

Mis dedos ya habían pasado por todas los rincones de la pantalla presionando, de manera automática, fotos, textos y frases. Poniendo “enviar” una y otra vez, sin poner mucha atención en la velocidad que mi comunicación adquiría dentro de esta ola tecnológica. Pasando de aplicación en aplicación con prisa por revisar todas las notificaciones, recordatorios y comentarios. Subiendo imágenes, contando amigos nuevos, calculando mi popularidad en las redes sociales, y olvidándome, “un rato”, de mi existencia en el mundo real.
Riéndome sólo, enojándome sólo, cuestionándome sólo. Eran pláticas entre la nada y yo. Trabajando, trabajando, trabajando. Audífonos puestos, música aleatoria. Luz fuerte dirigida a mis ojos, con cambios drásticos de colores de acuerdo a lo que tocara ver ese día. La revista mundial más atractiva.
Entonces, con un pequeño GRAN respiro, acepté que mi celular se había quedado sin pila y lo solté. Lo dejé y me quité los audífonos. Obviamente ya me había pasado muchas veces antes, pero esta vez fue diferente. Cuando levanté la cara, pensando “¿ahora qué hago sin pila?, me sentí perdido. Fue como si me hubieran quitado la venda de los ojos. Por primera vez en muchos tiempo, decidí voltear a ver lo que sucedía a mi alrededor. Voltear a ver a mi familia. Fue como si me hubieran sacudido. Empecé a observar, a estar presente. A existir. En ese pequeño GRAN suspiro que me dejó sin aliento, me congelé. La cara de mis 3 hijos sentados junto de mi, ya no eran las mismas. Habían crecido más de 10 años sin que yo me diera cuenta. Las pijamas de bebés que les vi hace (según yo), unos minutos, ahora eran ropa de adolescentes. Uno con arete en la oreja, otro con pelo largo y jeans rotos, y mi princesa con minifalda, pelo decolorado y uñas largas. ¿Quién se llevó a mis chiquitos? ¿Cómo me perdí tantos años? ¿Dónde he estado?
Mi sala había cambiado de color, ahora era café obscuro con cojines azules. No recuerdo cuándo pasó esto. ¿Cuándo dejó de ser “hoy”? ¿Cuándo dejé de ver todo lo que me rodeaba? De pronto llegó al cuarto una señora que traía la cena. Una mujer grande, conocida. Sabía que la había visto por mucho tiempo, pero nunca me había tomado el tiempo de realmente observarla. Sus ojos negros, su pelo canoso y sus manos arrugadas y cansadas. Le agradecí, y me volteó a ver con una mirada sorprendida, confundida. Se fue sin decir una palabra. ¿Es que nadie nos conocemos?, me pregunté, ¿por qué hay este inmundo silencio en mi hogar?
Entonces me senté, angustiado. Traté de ver a la cara a mis hijos. Sentí que eran tres personas que habían venido a visitarme. No los conocía. No me conocían. No sabía a qué olían. Extrañaba sus sonrisas, sus abrazos. Me paré frente a ellos pero no se percataron. Cada uno tenía la mirada perdida en esa misma droga que yo acababa de soltar. “Hijos”, dije con voz baja y un poco temblorosa. Ninguno respondió. ¿Estaré muerto?, ¿estaré soñando una terrible pesadilla? “Hijos”, dije, ahora más fuerte. NADA. Ni siquiera se movieron. Sólo ella apareció, una mujer espectacular. Una mujer parecida a la esposa con la que me casé hace más de 30 años. Pero ésta era diferente, era, tal vez, más mujer. Más madura. Más atractiva. Menos mía.
Su pelo era ahora canoso pero todavía largo y chino. Su cara se veía bronceada y sus ojos brillaban. Se veían verdes pero se alcanzaban a asomar unos pequeños pupilentes pegados a su mirada. ¿Cuándo se los puso? ¿Cuándo empezó a perder la vista? Traía puesto un vestido largo azul, unas chanclas blancas, y en su cuello largo, un collar con tres corazones. Tres pequeños corazones. Ver el collar me sacudió. ¿Cuándo se lo compró? ¿Cuánto tiempo lleva usándolo? ¿Por qué tres corazones?, ¿y yo?
“¿Y ese collar?”, es lo único que pude decir. Serio, confundido y adolorido. “Rodrigo, este collar me lo regaló tu mamá hace muchos años. Lo uso diario. ¿Qué te pasa?”. ¿QUÉ ME PASA? Eso mismo me preguntaba yo. ¿Por qué nunca había visto su collar? ¿Por qué no vi cuando cambiaron la sala de color? ¿Cuándo empezaron mis hijos a vestirse así? ¿En qué momento empezó a necesitar pupilentes mi esposa? ¿Por qué a todo esto, que era mi familia, la sentía tan lejos? ¿Por qué estaba tan perdido con mi realidad, con la de ellos? ¿En qué momento descuidé toda esta vida?
Entonces la vi caminar unos pasos frente a mi, se agachó, y agarró algo que no alcancé a ver. Se enderezó, y volteó caminando hacia mi, lento. Se acercó y con una pequeña sonrisa me dijo: “Toma, no lo vayas a perder, ésta es toooooda tu vida.” En ese momento entendí todo. Abrí mi mano tembloroso y recibí esa arma que me había robado tantos años de mi realidad. Recibí al maldito criminal que me mató desde hace muchos años. Que me hizo dejar de ver a mi alrededor y mantenerme sumergido en una pantalla. Riéndome con los que no estaban conmigo. Mandando besos a los que no me podían sentir. Creando relaciones con amigos a los que no les importaba. Me entregó, en la palma de mi mano, mi celular.
¿Ahora, cómo recupero el tiempo perdido? Porque eso es, tiempo perdido. No tiempo invertido. Perdí la infancia de mis hijos. Perdí a mi esposa que probablemente ahora es de alguien más sin que yo lo sepa. No recuerdo los partidos de football de mis hijos. No recuerdo los eventos en el teatro mientras mi bailarina me intentaba presumir la divina hija. No vi nada, porque siempre era más importante ver mi celular. Siempre era más importante ocuparme de quién me buscaba, más que de aquellos que son mi sangre, que son lo que más amo en este mundo. ¡Qué estúpido fui! ¿Cómo no me di cuenta?
Rompí por completo el vínculo con mis tres chiquitos que traje al mundo. Me pregunto cuántas veces me gritaron “papá” y no los escuché por estar “ocupado”. Cuantas veces trataron de hablar conmigo, leerme libros, mientras yo veía fotos de otros en una pantalla. Pensando siempre que ellos no se darían cuenta. Que no notarían que sus cosas no eran tan importantes para mí. Me pregunto cuánto odio deben tenerme por no haber podido dejar el celular para abrazarlos cuando se golpearon. Cuando sentían miedo. Cuando estaban felices. Nunca, nunca, nunca tuve la fuerza para soltar ese pinche aparato y estar al 100% con ellos.
De pronto me di cuenta que hace más de 10 años, mi mujer y yo ya no nos decíamos “buenos días” ni “buenas noches”. Ella estaba dormida mientras yo revisaba mi agenda en el celular y me iba corriendo. O si despertaba antes, yo era el que dormía por quedarme hasta tarde mandando fotos, chistes y un poco por trabajo. Por las noches, me perdía mandando “chats” con la tele prendida. Tal vez trató de platicarme algo una, dos, o mil noches hasta que, igual que mis hijos, se cansó de ver mi falta de interés y dejó de hablarme. Me pidió más de cien veces que la escuchara viéndola a los ojos. Que soltara el aparato. Que no interrumpiera sus pláticas revisando un correo “urgente”. Y nunca le hice caso. Siempre ganaba la curiosidad de ver qué más había ahí, en ese mundo virtual.
Aquel día me solté llorando como hace mucho no lo hacía. Lloraba desde el fondo de mi alma. Sentí, por primera vez, dolor en el corazón. Dolor de tristeza. De arrepentimiento. Mi ejemplo había hecho que mis hijos vivieran inmersos también en su propia droga. Que no nos escucháramos. Que no existiera comunicación en el hogar. Cada quien llegaba directo a su aparato. Cada quien prefería esconderse en su otro mundo. Y no me atreví a reclamarles. Yo se los enseñé. Yo fui quien desde su infancia les manifesté con mi ejemplo que era más importante el celular que la familia. Se los demostré todos los días, todo el día. Manejando, comiendo, viendo la tele, antes de dormir, haciendo la tarea…
Hoy quisiera arrancarles la tecnología de las manos. Quitarme la mía. Aventar todo por la ventana. Volver el tiempo atrás. Ponerles a los tres sus mamelucos y verlos correr de nuevo por la casa gritando. Ver bailar a mi mujer agarrada de la mano de mi muñequita. Quiero tener un diálogo con cada uno sin que me persiga la obsesión, la adicción. Quiero decirles que los amo. Que llevo años sin podérselos decir, por idiota. Quiero abrazarlos, sentirlos, tocarlos, olerlos y comérmelos a besos. Pero ya no me dejan. No me dejan acercarme. No me escuchan cuando hablo. No me ven cuando me muevo. Solito desaparecí y ahora no sé cómo volver a aparecer.
Me perdí de mi vida mientras vivía. Me maté yo solo. Y ahora, ¿cómo recupero a mi mujer y a mis hijos? ¿Cómo me recupero a mi mismo? ¿Así se sentirá la muerte? Si hubiera sabido hace años que este celular era mi propio suicidio, entonces tal vez lo hubiera dejado. No por un minuto, sino para siempre. Para toda la vida. Si hubiera sabido…
Todos, incluyéndome, estamos pasando todos los días por este tipo de situaciones, perdidos en esta adicción. Muy propensos a convertirnos, en unos años más, en el personaje que hoy relato. No dejes que sea demasiado tarde para dejar ese celular a un lado y disfrutar tu presente.
Autora: Debbie Chamlati
Fuente:: http://elblogdedebbie.com







Reflexion - desconectar para conectar



Video que te hace reflexionar sobre el uso excesivo de los dispositivos móviles.

El uso de celulares causa cáncer, aumento de la presión y deterioro de la activadad cerebral

http://actualidad.rt.com/ciencias/view/97065-celulares-cancer-presion-cerebro

El Celular - Los Tres Tristes Tigres (Parodia de Los Tigres del Norte)

Apreciación de niños conviviendo cotidianamente hoy en día.